“¿No hay drogados felices?”

 Los consumidores de sustancias psicoactivas1
Mario Valentín Mamonde


Introducción
Esta ponencia está organizada en torno a la pregunta acerca del sujeto en el campo del
tratamiento por abuso o adicción a sustancias psicoactivas. Esta pregunta está sostenida
desde el punto de vista de considerar a dicho sujeto como producto de una sociedad de
consumo, siendo así un ser atravesado por múltiples y a la vez complejos mecanismos
adictivos que han ido afectándolo desde la primera infancia. Este trabajo presentará al
menos dos hipótesis explicativas. La primera es la de un sujeto en posición sufriente del
desencuentro entre los padres que vienen a cristalizar en los excesos de ese sujeto. La
segunda es la falla en la educación del sistema que opta por marginar a los “menos aptos”
y a los “hipercríticos”.
La ponencia recorre el material recopilado para la investigación realizada en el marco del
Programa de Incentivos tratando de dar cuenta de los modos en que se constituye el
sujeto en el contexto del tratamiento por abuso y adicción a sustancias psicoactivas en las
prácticas corporales y motrices ofrecidas por dos sistemas de tratamientos típicos. Para
explicitar de lo que trata debo decirles que esta ponencia está armada para sintetizar una
experiencia pedagógica de al menos diez años de trabajo como docente en dos lugares
que desde la década del 80 vienen ayudando a personas que tienen problemas por el
abuso de sustancias psicoactivas.

1
El presente trabajo fue presentado originalmente como ponencia: Mamonde, M. (2005) “¿No
hay drogados felices?”, en 6o Congreso Argentino y 1o Latinoamericano de Educación Física y
Ciencias. Departamento de Educación Física, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad Nacional de La Plata, La Plata.

Definiciones y descripciones
El primer caso es el Hospital. En diciembre de 1988 estábamos trabajando en una Colonia
de Vacaciones del Sindicato de Salud con el grupo de 12 y 13 años y el papá de una colona
nos comenta que en el Ministerio de Salud se estaba queriendo armar una experiencia
piloto para atender jóvenes con problemas con sustancias psicoactivas; así que llevamos
un CV donde mostrábamos que teníamos alguna experiencia en el campo de la atención
en Salud Mental.
El lugar se llamaba Centro Piloto porque estaba creado como una experiencia que
sintetizaba la actuación de una Comisión Provincial organizada durante la década de los 80
y que, funcionando en el Ministerio de Salud de la Provincia e integrada por funcionarios
de otros organismos, fue armando todos los requisitos legales para crear lo que iba a ser
el primer hospital provincial dedicado a la temática.
Cuando ingresamos como profesores, nos encontramos con una institución de salud con
poco personal y “sin pacientes” en tanto se fueran cubriendo las vacantes necesarias; así
en los primeros dos años se fue configurando un sistema de atención que de apoco se fue
definiendo en modalidades. A su vez para, quienes lo requerían, se instrumentaban
pasantías de formación en el Ministerio de Salud de Nación, en lo que se llamaba
PROYECTO UOMO (que no era otra cosa que una experiencia italiana organizada por el
Vaticano en Roma que había llegado a la Argentina con la democracia). Con otros
compañeros –una asistente social y una psicóloga- elegimos capacitarnos en el CENARESO,
que es la primera institución argentina creada en los 70 en Capital Federal y que ya
contaba con tres modalidades de atención: consultorios externos, hospital de día y
comunidad terapéutica.
Así, con esa formación empezamos a crear dentro del Centro Piloto las dos primeras
modalidades, tratando de capitalizar la experiencia que teníamos casi todos.
Paulatinamente el Centro Piloto se fue dotando del personal necesario y la demanda de
atención fue creciendo de modo que fue necesario conseguir una casa nueva, donde en

1994 empezamos a atender un número estable de entre 20 y 25 jóvenes que venían para
atenderse de sus problemas con las sustancias psicoactivas.
Para poder dar una respuesta más eficaz diseñamos una estrategia de atención que
contaba con tres fases de tratamiento que llamábamos Aterrizaje, Tratamiento y
Despegue y que en general no duraba más de tres o cuatro años. Para ello contábamos
con una casa amplia donde los jóvenes permanecían durante todo el día en una
convivencia que les ofrecía espacios grupales e individuales de atención a su problema.
El segundo caso es el Programa. En 1996, el Programa B firma un convenio con la UNLP y
solicita la asistencia de profesores de Educación Física al Departamento; dicho programa
funcionaba en una casa que llamaban residencia, que atendía jóvenes con problemas con
sustancias psicoactivas.
El programa había sido fundado por integrantes de una Iglesia Evangelista de La Plata y se
desarrollaba en la casa y en una granja con jóvenes que eran atendidos por otros jóvenes
que habían pasado por la experiencia de consumo y que ya se habían “graduado” del
programa. La modalidad seguía en parte la línea del Proyecto UOMO y tenía similitudes
con el Programa DEYTOP que existe en Estados Unidos.
El tercer caso es Santiago. En 1998 estábamos trabajando en Casa de Día del Centro Piloto
y somos convocados por la Directora, una psiquiatra que nos plantea un caso que según
ella era bastante delicado. Santiago era un joven hacía cuatro años había empezado a
consumir sustancias psicoactivas y los padres lo habían comenzado a internar en distintas
clínicas y en el programa que hice mención. La razón por la cual los padres llegaban a
nuestro programa era porque el padre –prestigioso médico- no lograba que su hijo
desistiera de la idea de suicidarse.
En las clínicas donde había sido internado había tenido episodios de envenenamiento y de
consumo excesivo de psicofármacos. También había logrado escaparse de alguna de las
clínicas donde su padres lo llevaban , así la familia había confiado en la Directora del
Hospital con la sola finalidad de ver si se podía hacer algo con Santiago ya que ellos ya
estaban “resignados” y no tenían muchas expectativas.

Así, la llegada de Santiago estaba signada, al menos para nosotros, como una falta de
necesidad de tratamiento de parte de él, lo cual ofrecía pocas posibilidades ya que a
diferencia de otros tratamientos nosotros necesitábamos contar siempre con la
aceptación voluntaria de parte de los jóvenes de la propuesta de tratamiento.
Santiago venía con la experiencia de haber “fracasado” en otros programas y clínicas pero
él reconocía que en esos lugares se le hacía difícil ya que él se consideraba “especial” y por
ello, donde podía quebrar las reglas institucionales lo hacía, sólo para demostrarles a sus
padres que lo podía hacer.
Cuando llega a casa de día, le ofrecemos una semana de “conocimiento del lugar” y
pactamos con él una estadía de lunes a viernes y el sábado hacer un balance para que él
mismo evaluara si el modo de estar en la casa le podía servir para algo.

Educación Física
En la propuesta de Casa de Día (caso Hospital) consistió en un taller de Educación Física
que iba teniendo distintas ofertas de acuerdo a la experiencia personal de cada joven y
que a veces era individual y a veces era grupal. En esa primera época lo que se ofrecía era
gimnasia, recreación, aerobismo, deportes y campamentos que de acuerdo al momento
de cada grupo y a la situación personal de cada joven en su tratamiento tenía siempre una
consideración especial ya que tratábamos que cada uno pudiera centrar su participación
de manera acorde con su forma de estar en el tratamiento.
En el Programa, se solicitaba al profesional de Educación Física que organizara un espacio
de gimnasia y deportes para los jóvenes que recién llegaban al tratamiento que era
privado (con algunos casos especiales que eran becados por el estado). La experiencia
duró dos años, trabajando con 10 jóvenes que durante ese tiempo permanecían en la
casa, algunos viviendo allí y otros regresando a su casa los fines de semana.
En el caso Santiago, la cosa fue un poco diferente. Durante la primer semana tuvimos la
oportunidad de conocer su historia deportiva: era un gran ajedrecista que había
participado de los Torneos Juveniles Bonaerenses, estaba entre los cuatro mejores

jugadores platenses y entre los diez mejores jugadores bonaerenses; había aprendido box;
odiaba el fútbol; había practicado tenis por diez años. Con estas pocas cosas le
propusimos dos tareas: comenzar un trabajo aeróbico personalizado saliendo a correr a
una plaza cercana y que coordinara una taller de juegos de tablero donde se construían
tableros para los ratos libres donde pudiera enseñar a jugar damas y ajedrez a sus nuevos
compañeros de tratamiento. Con esas prácticas y participando de otras instancias
Santiago aceptó las condiciones de nuestra propuesta de tratamiento.
A los dos meses, Santiago era uno más en la Casa de Día: además de enseñar juegos de
tablero, jugaba tenis de mesa, básquet, participaba de salidas a Maratones en La Plata.
Pero, sobre todo, había encontrado un lugar donde poder construir un tratamiento para
su problema con las sustancias psicoactivas. A los dos años ya estaba compitiendo en
Ajedrez a nivel local con muy buenas performances y participaba de todas las prepuestas
del tratamiento, incluso participaba del taller de fútbol con mucha pasión.
En una ocasión nos invitaron del Hospital Alejandro Korn para un Torneo de Fútbol y él
pidió ser parte del equipo. Eran cinco equipos de distintas instituciones y por sorteo nos
tocó pasar a la segunda ronda; entonces, mientras veíamos los otros equipos jugar,
Santiago tenía la tarea de observar a los equipos contrarios tratando de identificar la
táctica y la estrategia de cada equipo. Sin duda, Santiago comprendió mejor que nadie qué
había que conocer de cada equipo, por su afición ajedrecística sabía “leer” al adversario.
Así aunque al principio íbamos en desventaja lográbamos ganar cada partido y llegar a la
final saliendo campeones.
Durante su estada en el tratamiento colaboró en el mantenimiento día a día de un acuario
que armó con sus compañeros, organizó un campamento en su casa quinta en Bavio, se
transformó en un pibe con ganas de seguir viviendo y construyendo una forma de estar en
el mundo. En su última etapa en el tratamiento, retomó sus estudios secundarios, y hoy se
encuentra estudiando en la universidad, viviendo con sus padres, y tratando de
mantenerse en el Ajedrez como uno de los mejores.

Reflexiones finales
A mediados de los 90, el psiquiatra francés Claude Olivienstein, autor del libro No hay
drogados felices, dictó una charla en Buenos Aires a la que asistimos. En ese texto cuenta
su experiencia como director del Hospital Marmotán de Paris desde su creación: el título
del volumen es, en realidad, la tesis que él sostiene; paradójicamente, él mismo pasó por
la experiencia del consumo y da cuenta de ello en su texto. Este apartado –y
especialmente el caso de Santiago- se conectan directamente con la idea de Olivienstein,
ya que su posición de sujeto hipercrítico, echado primero de las escuelas y luego de varios
tratamientos, revela una historia de sufrimientos.

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